Quiero empezar mi psicoanálisis

lunes, 26 de mayo de 2014

¿Cuándo se va al psicoanalista?

El momento en que una persona decide acudir a un psicoanalista es simplemente cuando está preparada, en este caso la pregunta lógica sería ¿Cuándo la persona está preparada para empezar un análisis? Y podríamos responder: cuando toma la decisión de acudir a consulta. Sí, es la pescadilla que se muerde la cola, y más que una respuesta parece un quiebre para esquivar la pregunta. Pero es así, así de simple y así de complejo, solo la persona que está lista comienza un análisis. No por tener síntomas uno se psicoanaliza, la gente convive constantemente con síntomas, unos son más evidentes y otros no tanto. Por ejemplo alguien puede tener un trastorno obsesivo compulsivo muy notorio y otra persona simplemente se emborracha sin excepción todos los fines de semana. Ambos son sintomáticos, pero en el segundo caso su actuar cuadra más dentro del contexto y está más avalado y permitido por el discurso social.



              Por lo general el paciente viene a consulta a hablar de sus síntomas, pero como decía, no necesariamente por tener síntomas uno va al analista. Entonces ¿por qué se acude a consulta? Aquí entraríamos en la explicación de la función del síntoma. El síntoma es la punta del iceberg que asoma pero que denota una escena patológica, digamos que algo en el mecanismo psíquico falló y halló el camino de descarga, de purga a través del síntoma o síntomas. Es un mal necesario al que el aparato psíquico tiene que recurrir en caso de fallo del sistema para no colapsar.

              De lo anterior se deduce que el síntoma es necesario, cumple una función y podría decirse incluso que lo disfrutamos, produce un goce inconsciente, como un parche para evitar el dolor. Por ejemplo, en el caso anterior, la persona cuando bebe y se emborracha quizá le sirve para abstraerse de una vida rutinaria, una pareja que ya no le gusta, una familia que le trata mal, un trabajo denigrante, etc. Su borrachera es el único momento donde realmente se lo pasa bien, es la medicina que le ayuda a soportar su vida. Eso sí, pagando un alto precio por ello. Primero por las consecuencias que el consumo continuado de alcohol tiene sobre el organismo y a otros niveles: familiar, pareja, rendimiento laboral, etc. Segundo por la adicción que se está creando y que va en aumento, cada vez tendrá que beber más para esquivar la angustia de lo que no quiere hacerse cargo, quizá llegue un momento en que ni todo el alcohol le sirva y además si por alguna circunstancia no puede recurrir al alcohol le acudirá un gran sufrimiento. Y tercero porque si mientras bebe y está borracho se abstrae de su vida, esa que no le satisface lo más mínimo, no podrá hacerse cargo de aquello que le pasa, no lo puede solucionar. En definitiva estar borracho es una actitud pasiva: entregarse al alcohol, simbólicamente al Otro que se haga cargo de sus penas, y en este caso de sus alegrías también.
             Las personas no funcionamos como queremos, funcionamos como podemos. De ahí que el síntoma no se puede eliminar de golpe, porque es la forma que tiene el sujeto de sujetarse al mundo.
             ¿Qué le pasaría a este sujeto si algo le impidiese recurrir a su pasatiempo favorito? ¿O si las consecuencias de tanto abuso le devastasen tanto que hasta le impidieran gozar de su síntoma? Aparecería la angustia, justamente lo que el síntoma estaba intentando evitar. El síntoma falló en su función principal y ante esta caída del sistema el sujeto va a tratar de buscar una salida para no sufrir, para volver a su estado normal, a la homeostasis. Por eso decimos que la angustia mueve, empuja, impulsa, y este empuje puede llevar a la persona a consultar a un analista. Aunque faltaría algo más, solo por estar angustiado la persona no se va a atender. El paciente acude obviamente a quien cree que le puede sofocar la angustia, a quien sabe de su sufrimiento, lo que en psicoanálisis llamamos el “sujeto supuesto saber”. Aunque el que de verdad sabe lo que le pasa es el paciente, por eso es él quien viene a hablar ante la premisa de “le escucho”. Y seguramente hablará de sus síntomas como provocadores de angustia, ese o esos síntomas que tanto le ayudaron a funcionar, que no le suponían un grave problema hasta que se le fueron de las manos. En este recurrido ejemplo es el beber, pero podríamos citar otros muchos como drogas, trabajar enajenado, rituales obsesivos, compras compulsivas, pasarse el día en el gimnasio para ser esclavo de la mirada de otros, y un largo etc. Durante el tiempo que la persona puede funcionar con sus síntomas no siente que tenga ningún problema, pero cuando el mecanismo falla todos estos “no problemas” salen a la luz y el sujeto no está preparado para hacerles frente, porque los ha negado tanto que no ha podido prepararse para defenderse contra ellos. En el análisis se trata de tirar del síntoma hacia atrás para entender toda una historia de padecimiento, porque el síntoma como decíamos es la punta del iceberg, es solo lo que se ve, lo importante está debajo.
             Si se pregunta a la gente cuándo creen que alguien debería ir al psicólogo o al psicoanalista algunas de las respuestas típicas son estas: -"Cuando alguien tiene problemas."- (ahora ya sabemos que se pueden tener bien ocultos los problemas, pero asomarán la punta, el síntoma, como el iceberg), -"Cuando la persona está muy mal."- (¿de verdad hace falta esperar a que la persona esté muy mal para acudir a consulta?) y la favorita todavía en el siglo XXI para muchos: -"¡Eso es para locos y yo no lo estoy!"- Lamentablemente en España sigue existiendo un fuerte rechazo a ir al psicólogo/psicoanalista y es aún un tabú. Muchos directamente no van y otros van pero no lo cuentan ni a amigos ni a familiares y mucho menos a compañeros de trabajo por el miedo al qué dirán y a ser estigmatizados. Esto es absurdo y es consecuencia entre otras muchas cosas de una gran desinformación (a la que este escrito pretende combatir). Para empezar habría que definir qué es la locura, lo cual es muy relativo, y además decir que la locura no se cura, si solo atendiésemos “locos” tendríamos que cerrar las consultas por falta de clientes. Los psicoanalistas trabajamos con la angustia y el deseo de la gente, y lo hacemos fundamentalmente a través de su propio discurso.
     Incluso entre psicólogos y estudiantes de psicología me encuentro muchas veces con que no se analizan, sienten rechazo y miedo. ¡Qué ridículo! ¿Cómo un profesional se va a poner delante de un paciente si primero él no ha abordado sus cuestiones y ha atravesado su pasaje correspondiente? Además de obligatorio es una de las partes más importantes de la formación como psicoanalista.
     Volviendo a la pregunta principal ¿cuándo se va al analista? Podemos decir que detrás de las innumerables excusas para no hacerse cargo de la problemática de uno el núcleo es que no se quiere renunciar a los síntomas, al goce, porque producen un beneficio en el sujeto. Hay personas que pueden soportar sus síntomas por encima de todo. Por lo que llegados a este punto podríamos responder a la pregunta con la siguiente respuesta: Se acude a terapia cuando uno está dispuesto a renunciar al síntoma para aprender a disfrutar de otra manera más sana (esta renuncia no es inmediata y conlleva un proceso largo). Pero tomar esta decisión no es fácil, no siempre la angustia es tan fuerte como para aventar a la persona a moverse. A veces el sufrimiento es moderado y la persona se puede permitir sostenerlo en el tiempo, es decir, no se sufre lo suficiente como para querer cambiar con todo lo que ello implica, el problema es que cuanto más se estire en el tiempo más se enraizará esta forma de gozar y a la larga conllevará aun más sufrimiento y será más difícil de solucionar.
     Entonces, volviendo al principio, se va a terapia cuando se está listo, empujado por el deseo de cambiar, pero lamentablemente no se puede hacer nada para que la persona esté lista. No se pueden acelerar los tiempos de cada uno y no sirve obligar a alguien a que se psicoanalice porque si no va por él mismo las resistencias serán tan fuertes que no habrá posibilidad de análisis.
     Por desgracia las personas somos generalmente bastante torpes en esto de elegir el momento para ocuparnos de nuestra salud. Como dice el psicoanalista Sergio Alonso Ramírez, -"No vamos al dentista cuando nos empieza a doler una muela, vamos cuando ya no podemos masticar, y no vamos al fisioterapeuta cuando tenemos una contractura, vamos cuando no podemos andar, girar el cuello o apenas nos podemos levantar de la cama."- En el caso de la salud mental ocurre lo mismo, recuerden la respuesta típica de “al psicólogo se va cuando se está muy mal”.
     A veces me han preguntado qué se le puede decir a alguien para que acuda a consulta, por ejemplo familiares o amigos de alguien que se está echando a perder (por ejemplo el bebedor del que tanto hemos hablado aquí). La respuesta es simple y contundente, no se puede hacer nada porque justamente el primer acto terapéutico de la persona es tomar la decisión por él mismo y acudir a consulta. Nuestro trabajo empieza cuando hay una demanda de ayuda por parte del paciente. A estos familiares y amigos preocupados les tendría que decir tristemente que la persona aún no ha sufrido lo suficiente.
    Mientras tanto solo podría recomendar no esperar a “estar muy mal”, ojalá nuestro recurrido bebedor haga algo antes de que todo se desmorone.

 
Luis Martínez de Prado.
Psicólogo - Psicoanalista - Formador

(+34) 686 77 41 39 / psicodinamika@gmail.com / Skype: psicodinamika www.psicodinamika.blogspot.com

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