En una época
como la actual, en la que estamos inmersos en una crisis económica de
proporción mundial, es muy habitual escuchar historias de miseria, pobreza,
embargos, hambre, desempleo, etc. Estamos más que acostumbrados a ver en la
televisión desahucios, protestas, manifestaciones e imágenes de como la cola
del paro aumenta más y más. Es lo que más apremia en esta situación, lo más
urgente, pero hay un tema del que se habla menos, pareciera que en algún punto
del discurso general se perdió, si es que alguna vez estuvo, y es que ante la
emergencia de vivir se dejó de lado el cómo vivir. Como es normal, ahora se
habla más de cómo llegar a fin de mes que de cumplir sueños, se piensa más en
ganar más dinero que en qué hacer más allá del trabajo y se pregunta más por
salidas laborales que por qué o quién se quiere ser.
Por eso este escrito trata de arrojar luz sobre eso que
ha quedado oscurecido en la tragedia: sobre los sueños, el deseo, el compromiso
y en definitiva la elección, porque siempre se trata de una elección, incluso
cuando se intenta no elegir se está haciendo una elección, que te posiciona en
un lugar y que tiene consecuencias como cualquier otra.
Es muy común
entre los jóvenes y no tan jóvenes de hoy en día escuchar las frases de: “no sé
qué hacer con mi vida”, “tengo que estudiar algo pero no sé el qué”, “no sé qué
me gusta”, y otras tantas. Mientras dicen esto, desempeñan trabajos que no les
gustan, muchos de ellos son denigrados y explotados (y más en el contexto
actual en el que muchas empresas se aprovechan de la necesidad económica para
explotar a sus empleados), viven en ciudades en las que no quieren vivir,
compran lo que no necesitan, tienen parejas que no les convienen, hipotecas que
apenas pueden pagar por pisos en los que no quieren vivir… Viviendo vidas
rutinarias y tristes donde el deseo no parece vislumbrarse y donde la queja no
parece avalada en estos tiempos de crisis ¿Cómo se va a quejar si tiene trabajo
(precario), pareja (sin deseo) y casa (del banco) cuando hay tanta gente que no
tiene nada?
De lo anterior surge una duda lógica ¿Cómo estas
personas de vida rutinaria se quejan y a la vez se permiten el lujo de no saber
lo que quieren o lo que les gusta? Parece que lo que sí saben bien es lo que no
quieren, justo lo que tienen. Para comprender cómo han llegado hasta aquí
habría que analizar diversos escenarios.
Voy a empezar
por el final diciendo que el sujeto en realidad siempre sabe de su deseo y que
ese “no saber” que tanto se escucha produce un beneficio porque mientras “no se sabe”, no hay que
hacerse cargo de su deseo y de lo que implica lanzarse a cumplirlo.
La palabra “deseo”
evoca a algo positivo, algo que se quiere, que es bueno y produce satisfacción.
Resulta difícil comprender por qué el deseo puede llegar a ser rechazado. Para
entenderlo la clave está en que por más que cumplir el deseo sea satisfactorio
no necesariamente tiene que ser cómodo, de hecho en ocasiones tratar de
cumplirlos puede ser algo muy incómodo. El deseo es un anhelo, se desea lo que
no se tiene y no se puede tenerlo todo, es dinámico, cambia, se mueve. Cuando
cumplo mi deseo deseo otra cosa nueva, ansío algo que no está, que me falta,
nunca estamos completos, solo hay dos estados de completud donde no necesitamos
nada, uno es mientras residimos en el vientre materno y el otro es cuando
estamos muertos, donde confluyen el todo y la nada.
Volviendo a la
vida, ésta es un continuo deslizamiento de nuestro deseo, que nos reclama, nos
exige, nos empuja. Así se entiende que sea incómodo, parece un jefe dando
órdenes. Podemos ver todo lo anterior en el ejemplo siguiente: una persona que
trabaja por ejemplo de funcionario, con sueldo fijo y buen horario, pero esta
persona no es feliz y su verdadero deseo es convertirse en arquitecto y más
allá sueña con diseñar edificios en Nueva York. Aventurarse en esta empresa le
supondría una tormenta de cambios. Lo primero sería estudiar la carrera, que
además es bastante compleja y puede que tenga que hacer un examen de ingreso.
Tendrá que ver cómo hacer para ir a la universidad y compaginarla con el
trabajo, o quizá cambiar el turno o dejar el trabajo actual por
incompatibilidad de horarios, pero claro ¿Quién deja un trabajo fijo en estos
tiempos? ¡Un loco! Dirían algunos. En cualquier caso tendría que buscar alguna
forma de mantenerse y costearse vida, carrera, materiales, cursos, etc. Puede
que incluso tenga que sacrificar esos ahorros que tenía para la entrada de una
casa. Otro punto importante es la pérdida de tiempo libre y de ocio que le
supondría llevar a cabo este desafío, tiempo que deberá quitar de estar con
amigos, pareja, familia, de sus hobbies y demás. Ahora pongamos que tiene 29
años y tengamos en cuenta que necesita como mínimo cinco o seis años para
terminarla, y trabajando a la vez puede que se estire dos o tres años más, osea
que estará ya vislumbrando los 40. Después tiene que encontrar trabajo, el cual
al principio puede que sea precario o incluso no remunerado. Quizá necesite
mudarse a otra ciudad para buscarse la vida o incluso a otro país (recordemos
que necesita aprender inglés si quiere acabar en Nueva York) y volvamos a echar
una mirada a estos familiares, amigos, pareja… la cosa se pone complicada.
En resumidas
cuentas, el funcionario que ahora disfruta de un trabajo agradable, con un buen
horario, tiempo para ocio, seguridad laboral y económica, vacaciones pagadas y
una vida cómoda tendría que poner todo en jaque por la posibilidad de cumplir
sus metas. Suena desmoralizante y se hace incluso tentador seguir con esa vida
cómoda. ¿Para qué poner en riesgo todo? La respuesta es simple, porque no es lo
que quiere, lo que quiere es lo otro. El problema es que con el tiempo este cómodo
pero infeliz funcionario será más infeliz y se sentirá más vacío, anhelando ser
ese arquitecto que luchó por un futuro diferente. Dicen que uno se arrepiente
más de lo que no hace que de lo que hace.
Antes decía
que parece que la queja no está permitida, avalada, como si porque haya
situaciones peores alguien no pueda sufrir por sentirse vacío, frustrado y por
verse abocado a un futuro triste. Y menos que se queje una persona que goza de
seguridad económica y laboral (de poco le servirá a este funcionario esa
seguridad si es infeliz, parece más bien la seguridad de una cárcel, donde la
comida y el agua están aseguradas pero estás encerrado). Para entender esto de
que algo pueda estar avalado o no en el discurso social hay que ir hacia atrás
en este discurso, echando un vistazo a nuestra socialización primaria, a la
primera escucha social, la que realizamos sobre lo que nos decían nuestros
padres o figuras primordiales, a lo que nos inculcaron y nos hablaron durante
toda nuestra vida y para entender dicho discurso hay que desviar la mirada a su
historia, a lo que ellos vivieron. La mayoría de jóvenes que ahora tienen entre
25 y 40 años han tenido unos padres que vivieron en una España muy precaria, la
que quedó después de la Guerra Civil y de la postguerra, que sufrió pobreza y
una larga dictadura que nunca fue derrocada, simplemente Franco murió, dejando
incrustado esa manera perversa de gobernar a través del miedo donde el que está
arriba hace lo que quiere y el pueblo calla, un reflejo de la actualidad política,
heredera de aquella, donde quien gobierna, por más que sea un tirano o un
payaso hace y deshace y aquí no pasa nada.
Por más que a estos padres de los que hablábamos les
fuese bien o mal, lo que es seguro es que vieron de cerca una realidad muy dura
en primera fila. Algunos la sufrieron en sus carnes y otros no, pero verla la
vieron. Para esta generación fue muy difícil acceder a estudios superiores,
muchos de ellos fueron arrancados de los colegios o institutos para trabajar y
ayudar a su familia y los que pudieron estudiar una carrera lo hicieron con un
gran esfuerzo para pagarla, también había familias que se podían permitir pagar
los estudios de sus hijos como en la actualidad pero era mucho menos habitual.
Como todos los padres es normal que ahora ellos
quieran para sus hijos lo que ellos no pudieron tener, o por lo menos que no
les suponga tanto esfuerzo. De igual manera que con los años nuestro
funcionario frustrado querría que sus hijos se lanzasen a cumplir sus sueños y
no se estancaran (él ya conocería las consecuencias nefastas de haber
renunciado a su deseo), aquellos padres querrán que sus hijos puedan estudiar
una carrera universitaria, Máster, y tuvieran trabajo fijo y seguro (que se
coloquen), un buen sueldo y una casa propia. Según esto podríamos decir que el
funcionario anterior es un triunfador y que solo le falta la casa para cumplir
todos “sus” deseos. Las comillas son porque esos deseos no son de él, son de
otros. Porque el deseo al igual que las épocas, cambia. Las inquietudes y las
posibilidades del mundo de ahora no son las de antes y las realidades son
diferentes, con lo cual lo que le valía antes a alguien para ser feliz no tiene
que ser lo mismo que ahora.
Esta proyección del deseo ajeno en uno se traduce en
el afán de coleccionar títulos o “titulitis” que hay en España y el panorama de
las universidades, llenas de alumnos empujados a estudiar sin tener claro el
por qué ni el para qué, donde, sin ánimo de generalizar, proliferan los
campeonatos de cartas en la cafetería, el absentismo, la escasez de plazas
libres en el césped, alumnos que el primer año, o los dos primeros o más se los
toman como sabáticos (si es sabático ¿para qué se matriculan en la
universidad?), alumnos que tardan diez años o más en terminar una carrera que
normalmente se acaba en cuatro o en cinco y que la causa de esto sea la falta
de esfuerzo. Después están los Máster, postgrados y demás, donde en muchos
casos la formación práctica está supeditada a la teórica, que encima también es
floja. Así nos encontramos con jóvenes de veintitantos con carrera
universitaria y uno o dos Másteres que debutan en las empresas sin experiencia
ninguna y no saben ni coger el teléfono. Y que los que se animan a salir al
extranjero y aterrizan pletóricos de títulos con el ego hinchado son
ninguneados y relegados a trabajos operativos básicos (esos trabajos que tenían
que haber desempeñado mientras estudiaban, para adquirir experiencia y así
ahora poder optar a algo mejor). Lo peor de todo es que muchos de estos
egresados ni siquiera están contentos con lo que estudiaron, simplemente lo
hicieron por tener un título, por obedecer a lo que les dijeron los padres, o
seguir lo socialmente aceptado. Muchos no han tenido que costearse la carrera y
claro, no han podido aprender a valorarlo. Y así paso a paso, lo que prometía
ser un futuro próspero se ha convertido en una pesadilla con una vida a medio
hacer, la cual, al igual que una casa con cimientos defectuosos es mejor
deconstruirla directamente y empezar de cero.
Estos jóvenes acaban trabajando donde les cogen. Les
explotan y ningunean, pero como seguían el deseo de otros no saben cómo escapar
ni hacia donde ir porque su propio querer quedó sepultado. Ya están “colocados”
(el problema es cómo) y están condicionados por el miedo de que si se van de un
trabajo pueden quedarse sin nada: “Con lo mal que está la cosa”, y
condicionados también por el miedo de contradecir el deseo de los otros:
padres, amigos, pareja, social…En definitiva están perdidos y sin guía,
únicamente movidos (y paralizados) por el miedo.
Hay otra
circunstancia que lo agrava y es que estos jóvenes no están preparados para
elegir a la edad a la que les toca hacerlo, de hecho no se les forma para
elegir individualmente sino para pertenecer a la manada de iguales. Como dice
Erich Fromm en su libro El arte de amar, se les entrena como iguales pero no en
el sentido de individualidad donde cada uno es único y diferente sino en el
sentido de identidad, entendidos como todos idénticos, idénticos horarios de
trabajo, de consumo, idénticos gustos, etc. El caso es que estos chicos tienen
que elegir en muchos casos a los 16 años un itinerario de asignaturas u otro
que ya les cierra puertas de algunas carreras y a los 17 y 18 escogen carrera
universitaria dentro de las que pueden optar por su nota media, parte de la
cual está determinada por la nota de selectividad, reválida o similar, la cual
no refleja el trabajo, esfuerzo y conocimientos del estudiante. Una
calificación que tiene carácter general y evalúa a personas a medio-construir
para permitirles seguir un camino u otro. De manera que una persona que puede
tener unas grandes cualidades para la filosofía, la literatura y el lenguaje
pero muy bajas para las matemáticas y los deportes no pueda acceder a una
carrera de letras donde la nota de acceso sea alta. Esto es absurdo y no hay
que olvidar lo más importante, y es que a esa edad uno no sabe lo que quiere,
aún se está formando, no se le pueden cerrar tantas puertas para que sea una
oveja más. Por eso en algunos países como Argentina y Uruguay tienen un año de
Ciclo Básico Común en la universidad (CBC) donde las asignaturas son generales
y no solo adquieren contenidos base sino que de esta manera pueden elegir con
más conocimiento. Tampoco se fomenta la formación profesional de grado medio y
superior, recién se empieza a hacer en los últimos años ante la falta de
profesionales y la avalancha de universitarios, osea que las universidades
están llenas pero faltan profesionales, ¿paradójico no? Así nos encontramos en
las consultas que dado este contexto un ingeniero nos cuenta que le gustaría
ser historiador del arte, un historiador del arte que le gustaría ser biólogo,
una persona que estudió turismo y trabaja en hotelería quiere ser enfermero, y
un largo etc.., o incluso muchas personas que no necesitan tener una carrera ni
un puesto complejo para ser felices pero estudiaron una carrera difícil
empujados por influencias externas. Todo esto no sorprende en absoluto
analizando el escenario que lo sostiene.
Teniendo en
cuenta que el sistema educativo es el que es y que los antecedentes históricos
no se pueden cambiar, nuestro marco de actuación se centra en estas personas
que tienen el deseo sepultado. Retornando al ejemplo del funcionario y
comparándolo con estos jóvenes “perdidos” y otros no tan jóvenes (cada vez
aumenta más la cantidad de personas que se deciden a estudiar una carrera o una
segunda para cumplir la meta que no cumplieron en el pasado); al igual que el
funcionario de nuestro ejemplo con deseos de arquitecto tendría que renunciar a
muchas cosas y luchar incansablemente para cumplir su deseo, lo mismo pasaría
con el ingeniero con deseos de historiador de arte o con el hotelero con
inclinaciones hacia la enfermería. Además de todo el esfuerzo antes comentado
tendrían que desafiar el discurso paterno/social, contradecirlo y arriesgarse,
esto suele dar miedo y no es nada fácil. Todos queremos ser aprobados y
aceptados por nuestro entorno, queremos pertenecer, en definitiva queremos ser
queridos. Pero cuando uno se empieza a mover en otra dirección el entorno
comienza a tambalearse y teniendo en cuenta que las personas solemos juntarnos
con nuestros iguales, hay que entender que si una oveja se desvía del camino,
probablemente no sea seguida por las demás que ya llevan su inercia propia y
grupal, con lo que puede que abandone la manada y emprendan caminos diferentes.
Ahora se puede
entender mejor eso de: “no sé lo que me gusta”, “no sé qué quiero hacer”, etc.
Es que ese “no sé” tiene beneficios, el de seguir cómodo, el de no elegir, el
de no perder, porque toda elección conlleva una pérdida, el de no esforzarse y
el de no hacer frente a un torrente de cambios.
Y en este
escenario pasa el tiempo y estos jóvenes perdidos que no se animan a seguir su
deseo tratan de dar sentido a su vida como pueden, habitualmente poniendo
parches encima de más parches, como puede ser por ejemplo comprándose un coche
“guapo”, que además de disfrutarlo al principio como un juguete nuevo, se
vuelven esclavos de pagar las letras y así les sirve de excusa para seguir
igual:-“No puedo estudiar/dejar este trabajo porque tengo que pagar el coche”-.
Al mismo propósito sirve también la moda actual de adquirir constantemente lo
último en tecnología: móviles, tablets, reproductores, video-consolas, ordenadores...,
así son consumidores y devoradores de información y sobretodo de desinformación
y viven enganchados para no pensar. En cuanto a lo profesional, en este
panorama prima la entrega al otro, porque ya que ellos no se hacen cargo de su
deseo, que el amo se haga cargo, y se goza de la comodidad de esa entrega (para
reflexionar sobre esto pueden leer La antilibertad: renuncia entrega recl-Amo, publicado en
este blog). Mientras el amo se haga cargo de todo, yo le puedo exigir, le puedo
querer, odiar y lo que me apetezca, ya que la responsabilidad se la traspaso a
él, por ejemplo puedo trabajar en una empresa quejándome constantemente de lo
malos que son mis jefes pero no me atrevo a buscar otro lugar donde puedan
valorarme más o a emprender mi propio negocio. La figura de este amo puede
constituirse en el jefe, los padres, un presidente, Dios, la iglesia, un club
social, una pareja, un ídolo, etc. Amos a los que se usa de chivos expiatorios
para culparles de la frustración que se sufre por llevar una vida vacía y que
si bien pueden estar dando motivos para decepcionarnos e incluso odiarlos, les
estamos odiando por algo de lo que no son culpables porque es uno el que
renuncia a su deseo, nadie le obliga, se pueden recibir presiones sí, como ya
hemos visto, pero la decisión es de uno, y a través de lo que Freud llamaría un
enlace falso se le culpa de nuestra propia elección a otro u otros y así no
tenemos que hacernos responsables de la misma. Porque claro es más fácil odiar
y decepcionarnos con el otro que con nosotros mismos, esto en psicoanálisis lo
llamamos proyección. Así vemos que muchas veces la gente se queja por un amo
pero no para intentar dejar de ser esclavos sino que buscan un amo diferente,
mejor. Lo cual es una trampa porque en tanto busquemos amos siempre estaremos a
merced de ellos y de sus cambios. Esta búsqueda de amos se traduce en que a ciertas
edades muchos de estos jóvenes, hartos de sus “amos” se van de sus empresas a
otras con el deseo de que un nuevo jefe les ascienda y les den una posición más
alta donde sean mejor reconocidos y valorados, o traten de ascender a toda
costa en la misma empresa en la que están (con estos “ambiciosos” trabajadores
se frotan las manos en muchas empresas para exprimirles al máximo a cambio de
una promesa de ascender que normalmente nunca llega). Si todo esto no funciona
recurren a una salida muy solicitada como es opositar (hoy en día no tanto
porque el estado se ha visto obligado a cerrar el grifo). Opositar para por lo
menos tener un trabajo fijo y seguridad como en la cárcel de nuestro
funcionario que ya teníamos olvidado. Me encuentro muchas veces con el discurso
de: -"Quiero opositar pero no sé a qué, solo para poder dejar este trabajo
y tener mejores condiciones, para tener vacaciones en verano o trabajar menos
horas."- Es como sobornar al deseo por una vida cómoda renunciando a gran
parte de nuestra libertad. Opositar puede ser una buena opción sí, o incluso
una salida a una situación difícil como la de ahora, pero cuando se hace sin un
motivo claro, sin deseo, solo para estar cómodo, no creo que sirva para ser
feliz. Además hay que tener en cuenta que muchos de estos oportunistas
opositores son los que ocupan y van a ocupar muchas de las plazas de los
cuerpos de policía, bomberos y demás cuerpos de seguridad nacionales, para los
que su desempeño a mi juicio requiere de unas características y motivación especiales
que deben de ir mucho más allá de querer tener seguridad laboral y económica.
En el plano personal,
que también está condicionado por el profesional es muy habitual que estas
personas formen parejas insulsas con otros jóvenes perdidos, ya que ¿con quién
se va a juntar una persona que no sigue su deseo? Pues con alguien a quien no
desea, y viceversa, ¿Quién se va a juntar con alguien que no le desea? Alguien
que tiene sepultado su deseo. De esta forma la elección de pareja se convierte
en compañera y símil de la elección del trabajo; parejas que están juntas
porque se vienen cómodos el uno al otro. En la primera crisis grave de esta
pareja se aplaca una vez más con un parche (la propia pareja ya suele funcionar
como parche en estos casos), que puede ser la compra de una casa con su
correspondiente hipoteca, haciendo suyo el tan famoso como antiguo discurso
español de -“Alquilar es tirar el dinero, mejor comprarse una casa que aunque
cueste pagarla al final es tuya.”- Lo que pasó con esto en España es que la
gente compró a cualquier precio y si vemos en la actualidad todas las personas
desahuciadas que no llegaron ni a pagar los intereses de la deuda ni mucho
menos la casa que iba a ser suya pero nunca fueron dueños ni de los marcos de
las puertas y que ahora subasta el banco vemos que este discurso tan arraigado
falló. Otro parche ante una nueva crisis puede ser el nacimiento del primer
hijo, a estas alturas no hace falta explicar cómo va a ser el vínculo con ese
hijo y la función que éste va a cumplir en la pareja (pegamento), que no nace
del deseo sino de la inercia. Uno se podría preguntar ¿Y aquí donde está el
amor? -“Se fue volando por el balcón donde no tuviera enemigos.”- como dice una canción de Roberto Iniesta.
Muchos
lectores pueden estar pensando que no tiene nada de malo querer comprarse una
casa, tener hijos, opositar, etc, y tienen razón. El tema está en el motivo de
esa elección y en la función que cumple. Si se hace como expresión del deseo
del sujeto o si se realiza para poner un parche sobre algo que se quiere
ignorar. Sobre todo porque no funciona, lo que se pretende ocultar hará fuerza
y aparecerá en la superficie por medio de síntomas: ansiedad, problemas de sexualidad,
insomnio, etc.
Pero como por
desgracia los seres humanos aún no tenemos la capacidad de ver el futuro, estos
jóvenes perdidos siguen diciendo “no sé”. Puedo asegurar que si supiesen la que
les espera tardarían muy poco en saber y en empezar a hacer cosas. Porque como
decía antes, el deseo siempre está ahí, lo que pasa que está tan cerca que se
desfigura y en muchos casos tan condicionado que se sepulta. Como sostiene el
psicoanalista Sergio Alonso Ramírez, el deseo es como las gafas, que está tan
cerca que se nos olvida que las llevamos puestas.
Todos hemos
sido estos jóvenes perdidos alguna vez, porque la vida es un continuo proceso
de perderse y encontrarse, de crisis que se superan y se adquiere una ganancia,
como en las elaboradas dentro de la teoría de Erik Erickson. A través de un análisis
se puede redescubrir el deseo y después cada uno, con las cartas sobre la mesa,
una vez que lo inconsciente se vuelve consciente, puede tomar la decisión de
hacerse cargo de su deseo y de su decisión. Lo que es seguro es que si
renuncian a la posibilidad de sentirse realizados, hablando en los términos de
la pirámide de Maslow, entonces a lo único que pueden aspirar es a los
escalones inferiores de esa pirámide, a llevar una vida más o menos soportable,
aquí es donde entran en juego las drogas, la telebasura (que justamente en
España tiene grandes índices de audiencia y son líderes en prime time), el
trabajo compulsivo, la prostitución y un amplio abanico de consoladores para la
vida. Todo para pensar en el momento y no en el futuro ni en el pasado, desfigurando
y descuartizando el sentido del “Carpe diem” para convertirlo en eslogan y
emblema de la perversión. Y es que volviendo a mirar de reojo la pirámide de
Maslow, hipotecar el deseo y la felicidad de uno para tener cubiertas las
necesidades básicas, de seguridad y de afiliación puede salir muy caro, quizá
era lógico en épocas anteriores porque justamente era lo que escaseaba, pero
ahora puede que ya vaya siendo hora de luchar por algo más coherente con
nuestra realidad y nuestro contexto. Porque al igual que con las hipotecas
bancarias al final tu casa es del banco, de esta manera tu deseo hipotecado
acaba siendo del Otro.
Se hace
imperativo mencionar que muchos jóvenes a pesar de perderse, como es lo normal,
se encuentran y siguen su deseo, aprovechan sus años de universidad, incorporan
discursos diferentes, emprenden empresas, etc. Esta es la prueba de que sí se
puede, ese lema que está tan de moda actualmente, se puede, se pudo y se podrá.
Pero no hay que mirar hacia otro lado y no ver que ya cada vez se crean menos
empresas, que aumenta la cantidad de personas que no intenta luchar por sus
sueños y que el panorama socioeconómico actual nos impide en ocasiones ver esa
realidad de pérdida de sueños, de carencia de lucha y de personas frustradas.
Ningún amo va a venir a salvar a estos jóvenes (ni mucho menos los personajes
de la escena política actual). Como decía antes es una cuestión de elección, de
compromiso con uno mismo, de hacerse cargo del deseo. Hace poco una chica me
preguntaba que de dónde iba a sacar la fuerza de voluntad para estudiar algo,
el tema es que ni siquiera había pensado el qué o el para qué. No es la primera
vez que me hacen esta pregunta. Yo respondí que en lo que tenía que pensar era
en qué quería ser, en qué se quería convertir y así podría decidir si tenía que
estudiar y el qué. Porque es el deseo lo que empuja y lo que da fuerza de
voluntad porque el deseo es justamente eso, la voluntad. Y que cuando se desea
algo y se va a por ello solo hay un camino, hacia adelante. Porque lo que
sabemos es que sí sabemos sobre nuestro deseo, pero hay que sostenerlo; y estos
jóvenes perdidos deben explorarse para que se encuentren, y por supuesto
también los no tan jóvenes, porque nunca es tarde para perseguir el deseo
propio y siempre es demasiado pronto para renunciar a él.
Luis Martínez de Prado.
Psicólogo / Psicoanalista.
Arte: Diggie Vitt.
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