Quiero empezar mi psicoanálisis

lunes, 2 de junio de 2014

Jóvenes perdidos




En una época como la actual, en la que estamos inmersos en una crisis económica de proporción mundial, es muy habitual escuchar historias de miseria, pobreza, embargos, hambre, desempleo, etc. Estamos más que acostumbrados a ver en la televisión desahucios, protestas, manifestaciones e imágenes de como la cola del paro aumenta más y más. Es lo que más apremia en esta situación, lo más urgente, pero hay un tema del que se habla menos, pareciera que en algún punto del discurso general se perdió, si es que alguna vez estuvo, y es que ante la emergencia de vivir se dejó de lado el cómo vivir. Como es normal, ahora se habla más de cómo llegar a fin de mes que de cumplir sueños, se piensa más en ganar más dinero que en qué hacer más allá del trabajo y se pregunta más por salidas laborales que por qué o quién se quiere ser.

Por eso este escrito trata de arrojar luz sobre eso que ha quedado oscurecido en la tragedia: sobre los sueños, el deseo, el compromiso y en definitiva la elección, porque siempre se trata de una elección, incluso cuando se intenta no elegir se está haciendo una elección, que te posiciona en un lugar y que tiene consecuencias como cualquier otra.

Es muy común entre los jóvenes y no tan jóvenes de hoy en día escuchar las frases de: “no sé qué hacer con mi vida”, “tengo que estudiar algo pero no sé el qué”, “no sé qué me gusta”, y otras tantas. Mientras dicen esto, desempeñan trabajos que no les gustan, muchos de ellos son denigrados y explotados (y más en el contexto actual en el que muchas empresas se aprovechan de la necesidad económica para explotar a sus empleados), viven en ciudades en las que no quieren vivir, compran lo que no necesitan, tienen parejas que no les convienen, hipotecas que apenas pueden pagar por pisos en los que no quieren vivir… Viviendo vidas rutinarias y tristes donde el deseo no parece vislumbrarse y donde la queja no parece avalada en estos tiempos de crisis ¿Cómo se va a quejar si tiene trabajo (precario), pareja (sin deseo) y casa (del banco) cuando hay tanta gente que no tiene nada?


De lo anterior surge una duda lógica ¿Cómo estas personas de vida rutinaria se quejan y a la vez se permiten el lujo de no saber lo que quieren o lo que les gusta? Parece que lo que sí saben bien es lo que no quieren, justo lo que tienen. Para comprender cómo han llegado hasta aquí habría que analizar diversos escenarios.

Voy a empezar por el final diciendo que el sujeto en realidad siempre sabe de su deseo y que ese “no saber” que tanto se escucha produce un beneficio porque mientras “no se sabe”, no hay que hacerse cargo de su deseo y de lo que implica lanzarse a cumplirlo.


La palabra “deseo” evoca a algo positivo, algo que se quiere, que es bueno y produce satisfacción. Resulta difícil comprender por qué el deseo puede llegar a ser rechazado. Para entenderlo la clave está en que por más que cumplir el deseo sea satisfactorio no necesariamente tiene que ser cómodo, de hecho en ocasiones tratar de cumplirlos puede ser algo muy incómodo. El deseo es un anhelo, se desea lo que no se tiene y no se puede tenerlo todo, es dinámico, cambia, se mueve. Cuando cumplo mi deseo deseo otra cosa nueva, ansío algo que no está, que me falta, nunca estamos completos, solo hay dos estados de completud donde no necesitamos nada, uno es mientras residimos en el vientre materno y el otro es cuando estamos muertos, donde confluyen el todo y la nada.


Volviendo a la vida, ésta es un continuo deslizamiento de nuestro deseo, que nos reclama, nos exige, nos empuja. Así se entiende que sea incómodo, parece un jefe dando órdenes. Podemos ver todo lo anterior en el ejemplo siguiente: una persona que trabaja por ejemplo de funcionario, con sueldo fijo y buen horario, pero esta persona no es feliz y su verdadero deseo es convertirse en arquitecto y más allá sueña con diseñar edificios en Nueva York. Aventurarse en esta empresa le supondría una tormenta de cambios. Lo primero sería estudiar la carrera, que además es bastante compleja y puede que tenga que hacer un examen de ingreso. Tendrá que ver cómo hacer para ir a la universidad y compaginarla con el trabajo, o quizá cambiar el turno o dejar el trabajo actual por incompatibilidad de horarios, pero claro ¿Quién deja un trabajo fijo en estos tiempos? ¡Un loco! Dirían algunos. En cualquier caso tendría que buscar alguna forma de mantenerse y costearse vida, carrera, materiales, cursos, etc. Puede que incluso tenga que sacrificar esos ahorros que tenía para la entrada de una casa. Otro punto importante es la pérdida de tiempo libre y de ocio que le supondría llevar a cabo este desafío, tiempo que deberá quitar de estar con amigos, pareja, familia, de sus hobbies y demás. Ahora pongamos que tiene 29 años y tengamos en cuenta que necesita como mínimo cinco o seis años para terminarla, y trabajando a la vez puede que se estire dos o tres años más, osea que estará ya vislumbrando los 40. Después tiene que encontrar trabajo, el cual al principio puede que sea precario o incluso no remunerado. Quizá necesite mudarse a otra ciudad para buscarse la vida o incluso a otro país (recordemos que necesita aprender inglés si quiere acabar en Nueva York) y volvamos a echar una mirada a estos familiares, amigos, pareja… la cosa se pone complicada.


En resumidas cuentas, el funcionario que ahora disfruta de un trabajo agradable, con un buen horario, tiempo para ocio, seguridad laboral y económica, vacaciones pagadas y una vida cómoda tendría que poner todo en jaque por la posibilidad de cumplir sus metas. Suena desmoralizante y se hace incluso tentador seguir con esa vida cómoda. ¿Para qué poner en riesgo todo? La respuesta es simple, porque no es lo que quiere, lo que quiere es lo otro. El problema es que con el tiempo este cómodo pero infeliz funcionario será más infeliz y se sentirá más vacío, anhelando ser ese arquitecto que luchó por un futuro diferente. Dicen que uno se arrepiente más de lo que no hace que de lo que hace.


Antes decía que parece que la queja no está permitida, avalada, como si porque haya situaciones peores alguien no pueda sufrir por sentirse vacío, frustrado y por verse abocado a un futuro triste. Y menos que se queje una persona que goza de seguridad económica y laboral (de poco le servirá a este funcionario esa seguridad si es infeliz, parece más bien la seguridad de una cárcel, donde la comida y el agua están aseguradas pero estás encerrado). Para entender esto de que algo pueda estar avalado o no en el discurso social hay que ir hacia atrás en este discurso, echando un vistazo a nuestra socialización primaria, a la primera escucha social, la que realizamos sobre lo que nos decían nuestros padres o figuras primordiales, a lo que nos inculcaron y nos hablaron durante toda nuestra vida y para entender dicho discurso hay que desviar la mirada a su historia, a lo que ellos vivieron. La mayoría de jóvenes que ahora tienen entre 25 y 40 años han tenido unos padres que vivieron en una España muy precaria, la que quedó después de la Guerra Civil y de la postguerra, que sufrió pobreza y una larga dictadura que nunca fue derrocada, simplemente Franco murió, dejando incrustado esa manera perversa de gobernar a través del miedo donde el que está arriba hace lo que quiere y el pueblo calla, un reflejo de la actualidad política, heredera de aquella, donde quien gobierna, por más que sea un tirano o un payaso hace y deshace y aquí no pasa nada.


Por más que a estos padres de los que hablábamos les fuese bien o mal, lo que es seguro es que vieron de cerca una realidad muy dura en primera fila. Algunos la sufrieron en sus carnes y otros no, pero verla la vieron. Para esta generación fue muy difícil acceder a estudios superiores, muchos de ellos fueron arrancados de los colegios o institutos para trabajar y ayudar a su familia y los que pudieron estudiar una carrera lo hicieron con un gran esfuerzo para pagarla, también había familias que se podían permitir pagar los estudios de sus hijos como en la actualidad pero era mucho menos habitual.


Como todos los padres es normal que ahora ellos quieran para sus hijos lo que ellos no pudieron tener, o por lo menos que no les suponga tanto esfuerzo. De igual manera que con los años nuestro funcionario frustrado querría que sus hijos se lanzasen a cumplir sus sueños y no se estancaran (él ya conocería las consecuencias nefastas de haber renunciado a su deseo), aquellos padres querrán que sus hijos puedan estudiar una carrera universitaria, Máster, y tuvieran trabajo fijo y seguro (que se coloquen), un buen sueldo y una casa propia. Según esto podríamos decir que el funcionario anterior es un triunfador y que solo le falta la casa para cumplir todos “sus” deseos. Las comillas son porque esos deseos no son de él, son de otros. Porque el deseo al igual que las épocas, cambia. Las inquietudes y las posibilidades del mundo de ahora no son las de antes y las realidades son diferentes, con lo cual lo que le valía antes a alguien para ser feliz no tiene que ser lo mismo que ahora.

Esta proyección del deseo ajeno en uno se traduce en el afán de coleccionar títulos o “titulitis” que hay en España y el panorama de las universidades, llenas de alumnos empujados a estudiar sin tener claro el por qué ni el para qué, donde, sin ánimo de generalizar, proliferan los campeonatos de cartas en la cafetería, el absentismo, la escasez de plazas libres en el césped, alumnos que el primer año, o los dos primeros o más se los toman como sabáticos (si es sabático ¿para qué se matriculan en la universidad?), alumnos que tardan diez años o más en terminar una carrera que normalmente se acaba en cuatro o en cinco y que la causa de esto sea la falta de esfuerzo. Después están los Máster, postgrados y demás, donde en muchos casos la formación práctica está supeditada a la teórica, que encima también es floja. Así nos encontramos con jóvenes de veintitantos con carrera universitaria y uno o dos Másteres que debutan en las empresas sin experiencia ninguna y no saben ni coger el teléfono. Y que los que se animan a salir al extranjero y aterrizan pletóricos de títulos con el ego hinchado son ninguneados y relegados a trabajos operativos básicos (esos trabajos que tenían que haber desempeñado mientras estudiaban, para adquirir experiencia y así ahora poder optar a algo mejor). Lo peor de todo es que muchos de estos egresados ni siquiera están contentos con lo que estudiaron, simplemente lo hicieron por tener un título, por obedecer a lo que les dijeron los padres, o seguir lo socialmente aceptado. Muchos no han tenido que costearse la carrera y claro, no han podido aprender a valorarlo. Y así paso a paso, lo que prometía ser un futuro próspero se ha convertido en una pesadilla con una vida a medio hacer, la cual, al igual que una casa con cimientos defectuosos es mejor deconstruirla directamente y empezar de cero.

Estos jóvenes acaban trabajando donde les cogen. Les explotan y ningunean, pero como seguían el deseo de otros no saben cómo escapar ni hacia donde ir porque su propio querer quedó sepultado. Ya están “colocados” (el problema es cómo) y están condicionados por el miedo de que si se van de un trabajo pueden quedarse sin nada: “Con lo mal que está la cosa”, y condicionados también por el miedo de contradecir el deseo de los otros: padres, amigos, pareja, social…En definitiva están perdidos y sin guía, únicamente movidos (y paralizados) por el miedo.

Hay otra circunstancia que lo agrava y es que estos jóvenes no están preparados para elegir a la edad a la que les toca hacerlo, de hecho no se les forma para elegir individualmente sino para pertenecer a la manada de iguales. Como dice Erich Fromm en su libro El arte de amar, se les entrena como iguales pero no en el sentido de individualidad donde cada uno es único y diferente sino en el sentido de identidad, entendidos como todos idénticos, idénticos horarios de trabajo, de consumo, idénticos gustos, etc. El caso es que estos chicos tienen que elegir en muchos casos a los 16 años un itinerario de asignaturas u otro que ya les cierra puertas de algunas carreras y a los 17 y 18 escogen carrera universitaria dentro de las que pueden optar por su nota media, parte de la cual está determinada por la nota de selectividad, reválida o similar, la cual no refleja el trabajo, esfuerzo y conocimientos del estudiante. Una calificación que tiene carácter general y evalúa a personas a medio-construir para permitirles seguir un camino u otro. De manera que una persona que puede tener unas grandes cualidades para la filosofía, la literatura y el lenguaje pero muy bajas para las matemáticas y los deportes no pueda acceder a una carrera de letras donde la nota de acceso sea alta. Esto es absurdo y no hay que olvidar lo más importante, y es que a esa edad uno no sabe lo que quiere, aún se está formando, no se le pueden cerrar tantas puertas para que sea una oveja más. Por eso en algunos países como Argentina y Uruguay tienen un año de Ciclo Básico Común en la universidad (CBC) donde las asignaturas son generales y no solo adquieren contenidos base sino que de esta manera pueden elegir con más conocimiento. Tampoco se fomenta la formación profesional de grado medio y superior, recién se empieza a hacer en los últimos años ante la falta de profesionales y la avalancha de universitarios, osea que las universidades están llenas pero faltan profesionales, ¿paradójico no? Así nos encontramos en las consultas que dado este contexto un ingeniero nos cuenta que le gustaría ser historiador del arte, un historiador del arte que le gustaría ser biólogo, una persona que estudió turismo y trabaja en hotelería quiere ser enfermero, y un largo etc.., o incluso muchas personas que no necesitan tener una carrera ni un puesto complejo para ser felices pero estudiaron una carrera difícil empujados por influencias externas. Todo esto no sorprende en absoluto analizando el escenario que lo sostiene.


Teniendo en cuenta que el sistema educativo es el que es y que los antecedentes históricos no se pueden cambiar, nuestro marco de actuación se centra en estas personas que tienen el deseo sepultado. Retornando al ejemplo del funcionario y comparándolo con estos jóvenes “perdidos” y otros no tan jóvenes (cada vez aumenta más la cantidad de personas que se deciden a estudiar una carrera o una segunda para cumplir la meta que no cumplieron en el pasado); al igual que el funcionario de nuestro ejemplo con deseos de arquitecto tendría que renunciar a muchas cosas y luchar incansablemente para cumplir su deseo, lo mismo pasaría con el ingeniero con deseos de historiador de arte o con el hotelero con inclinaciones hacia la enfermería. Además de todo el esfuerzo antes comentado tendrían que desafiar el discurso paterno/social, contradecirlo y arriesgarse, esto suele dar miedo y no es nada fácil. Todos queremos ser aprobados y aceptados por nuestro entorno, queremos pertenecer, en definitiva queremos ser queridos. Pero cuando uno se empieza a mover en otra dirección el entorno comienza a tambalearse y teniendo en cuenta que las personas solemos juntarnos con nuestros iguales, hay que entender que si una oveja se desvía del camino, probablemente no sea seguida por las demás que ya llevan su inercia propia y grupal, con lo que puede que abandone la manada y emprendan caminos diferentes.


Ahora se puede entender mejor eso de: “no sé lo que me gusta”, “no sé qué quiero hacer”, etc. Es que ese “no sé” tiene beneficios, el de seguir cómodo, el de no elegir, el de no perder, porque toda elección conlleva una pérdida, el de no esforzarse y el de no hacer frente a un torrente de cambios.


Y en este escenario pasa el tiempo y estos jóvenes perdidos que no se animan a seguir su deseo tratan de dar sentido a su vida como pueden, habitualmente poniendo parches encima de más parches, como puede ser por ejemplo comprándose un coche “guapo”, que además de disfrutarlo al principio como un juguete nuevo, se vuelven esclavos de pagar las letras y así les sirve de excusa para seguir igual:-“No puedo estudiar/dejar este trabajo porque tengo que pagar el coche”-. Al mismo propósito sirve también la moda actual de adquirir constantemente lo último en tecnología: móviles, tablets, reproductores, video-consolas, ordenadores..., así son consumidores y devoradores de información y sobretodo de desinformación y viven enganchados para no pensar. En cuanto a lo profesional, en este panorama prima la entrega al otro, porque ya que ellos no se hacen cargo de su deseo, que el amo se haga cargo, y se goza de la comodidad de esa entrega (para reflexionar sobre esto pueden leer La antilibertad: renuncia entrega recl-Amo, publicado en este blog). Mientras el amo se haga cargo de todo, yo le puedo exigir, le puedo querer, odiar y lo que me apetezca, ya que la responsabilidad se la traspaso a él, por ejemplo puedo trabajar en una empresa quejándome constantemente de lo malos que son mis jefes pero no me atrevo a buscar otro lugar donde puedan valorarme más o a emprender mi propio negocio. La figura de este amo puede constituirse en el jefe, los padres, un presidente, Dios, la iglesia, un club social, una pareja, un ídolo, etc. Amos a los que se usa de chivos expiatorios para culparles de la frustración que se sufre por llevar una vida vacía y que si bien pueden estar dando motivos para decepcionarnos e incluso odiarlos, les estamos odiando por algo de lo que no son culpables porque es uno el que renuncia a su deseo, nadie le obliga, se pueden recibir presiones sí, como ya hemos visto, pero la decisión es de uno, y a través de lo que Freud llamaría un enlace falso se le culpa de nuestra propia elección a otro u otros y así no tenemos que hacernos responsables de la misma. Porque claro es más fácil odiar y decepcionarnos con el otro que con nosotros mismos, esto en psicoanálisis lo llamamos proyección. Así vemos que muchas veces la gente se queja por un amo pero no para intentar dejar de ser esclavos sino que buscan un amo diferente, mejor. Lo cual es una trampa porque en tanto busquemos amos siempre estaremos a merced de ellos y de sus cambios. Esta búsqueda de amos se traduce en que a ciertas edades muchos de estos jóvenes, hartos de sus “amos” se van de sus empresas a otras con el deseo de que un nuevo jefe les ascienda y les den una posición más alta donde sean mejor reconocidos y valorados, o traten de ascender a toda costa en la misma empresa en la que están (con estos “ambiciosos” trabajadores se frotan las manos en muchas empresas para exprimirles al máximo a cambio de una promesa de ascender que normalmente nunca llega). Si todo esto no funciona recurren a una salida muy solicitada como es opositar (hoy en día no tanto porque el estado se ha visto obligado a cerrar el grifo). Opositar para por lo menos tener un trabajo fijo y seguridad como en la cárcel de nuestro funcionario que ya teníamos olvidado. Me encuentro muchas veces con el discurso de: -"Quiero opositar pero no sé a qué, solo para poder dejar este trabajo y tener mejores condiciones, para tener vacaciones en verano o trabajar menos horas."- Es como sobornar al deseo por una vida cómoda renunciando a gran parte de nuestra libertad. Opositar puede ser una buena opción sí, o incluso una salida a una situación difícil como la de ahora, pero cuando se hace sin un motivo claro, sin deseo, solo para estar cómodo, no creo que sirva para ser feliz. Además hay que tener en cuenta que muchos de estos oportunistas opositores son los que ocupan y van a ocupar muchas de las plazas de los cuerpos de policía, bomberos y demás cuerpos de seguridad nacionales, para los que su desempeño a mi juicio requiere de unas características y motivación especiales que deben de ir mucho más allá de querer tener seguridad laboral y económica.


En el plano personal, que también está condicionado por el profesional es muy habitual que estas personas formen parejas insulsas con otros jóvenes perdidos, ya que ¿con quién se va a juntar una persona que no sigue su deseo? Pues con alguien a quien no desea, y viceversa, ¿Quién se va a juntar con alguien que no le desea? Alguien que tiene sepultado su deseo. De esta forma la elección de pareja se convierte en compañera y símil de la elección del trabajo; parejas que están juntas porque se vienen cómodos el uno al otro. En la primera crisis grave de esta pareja se aplaca una vez más con un parche (la propia pareja ya suele funcionar como parche en estos casos), que puede ser la compra de una casa con su correspondiente hipoteca, haciendo suyo el tan famoso como antiguo discurso español de -“Alquilar es tirar el dinero, mejor comprarse una casa que aunque cueste pagarla al final es tuya.”- Lo que pasó con esto en España es que la gente compró a cualquier precio y si vemos en la actualidad todas las personas desahuciadas que no llegaron ni a pagar los intereses de la deuda ni mucho menos la casa que iba a ser suya pero nunca fueron dueños ni de los marcos de las puertas y que ahora subasta el banco vemos que este discurso tan arraigado falló. Otro parche ante una nueva crisis puede ser el nacimiento del primer hijo, a estas alturas no hace falta explicar cómo va a ser el vínculo con ese hijo y la función que éste va a cumplir en la pareja (pegamento), que no nace del deseo sino de la inercia. Uno se podría preguntar ¿Y aquí donde está el amor? -“Se fue volando por el balcón donde no tuviera enemigos.”- como dice una canción de Roberto Iniesta.


Muchos lectores pueden estar pensando que no tiene nada de malo querer comprarse una casa, tener hijos, opositar, etc, y tienen razón. El tema está en el motivo de esa elección y en la función que cumple. Si se hace como expresión del deseo del sujeto o si se realiza para poner un parche sobre algo que se quiere ignorar. Sobre todo porque no funciona, lo que se pretende ocultar hará fuerza y aparecerá en la superficie por medio de síntomas: ansiedad, problemas de sexualidad, insomnio, etc.


Pero como por desgracia los seres humanos aún no tenemos la capacidad de ver el futuro, estos jóvenes perdidos siguen diciendo “no sé”. Puedo asegurar que si supiesen la que les espera tardarían muy poco en saber y en empezar a hacer cosas. Porque como decía antes, el deseo siempre está ahí, lo que pasa que está tan cerca que se desfigura y en muchos casos tan condicionado que se sepulta. Como sostiene el psicoanalista Sergio Alonso Ramírez, el deseo es como las gafas, que está tan cerca que se nos olvida que las llevamos puestas.


Todos hemos sido estos jóvenes perdidos alguna vez, porque la vida es un continuo proceso de perderse y encontrarse, de crisis que se superan y se adquiere una ganancia, como en las elaboradas dentro de la teoría de Erik Erickson. A través de un análisis se puede redescubrir el deseo y después cada uno, con las cartas sobre la mesa, una vez que lo inconsciente se vuelve consciente, puede tomar la decisión de hacerse cargo de su deseo y de su decisión. Lo que es seguro es que si renuncian a la posibilidad de sentirse realizados, hablando en los términos de la pirámide de Maslow, entonces a lo único que pueden aspirar es a los escalones inferiores de esa pirámide, a llevar una vida más o menos soportable, aquí es donde entran en juego las drogas, la telebasura (que justamente en España tiene grandes índices de audiencia y son líderes en prime time), el trabajo compulsivo, la prostitución y un amplio abanico de consoladores para la vida. Todo para pensar en el momento y no en el futuro ni en el pasado, desfigurando y descuartizando el sentido del “Carpe diem” para convertirlo en eslogan y emblema de la perversión. Y es que volviendo a mirar de reojo la pirámide de Maslow, hipotecar el deseo y la felicidad de uno para tener cubiertas las necesidades básicas, de seguridad y de afiliación puede salir muy caro, quizá era lógico en épocas anteriores porque justamente era lo que escaseaba, pero ahora puede que ya vaya siendo hora de luchar por algo más coherente con nuestra realidad y nuestro contexto. Porque al igual que con las hipotecas bancarias al final tu casa es del banco, de esta manera tu deseo hipotecado acaba siendo del Otro.


Se hace imperativo mencionar que muchos jóvenes a pesar de perderse, como es lo normal, se encuentran y siguen su deseo, aprovechan sus años de universidad, incorporan discursos diferentes, emprenden empresas, etc. Esta es la prueba de que sí se puede, ese lema que está tan de moda actualmente, se puede, se pudo y se podrá. Pero no hay que mirar hacia otro lado y no ver que ya cada vez se crean menos empresas, que aumenta la cantidad de personas que no intenta luchar por sus sueños y que el panorama socioeconómico actual nos impide en ocasiones ver esa realidad de pérdida de sueños, de carencia de lucha y de personas frustradas. Ningún amo va a venir a salvar a estos jóvenes (ni mucho menos los personajes de la escena política actual). Como decía antes es una cuestión de elección, de compromiso con uno mismo, de hacerse cargo del deseo. Hace poco una chica me preguntaba que de dónde iba a sacar la fuerza de voluntad para estudiar algo, el tema es que ni siquiera había pensado el qué o el para qué. No es la primera vez que me hacen esta pregunta. Yo respondí que en lo que tenía que pensar era en qué quería ser, en qué se quería convertir y así podría decidir si tenía que estudiar y el qué. Porque es el deseo lo que empuja y lo que da fuerza de voluntad porque el deseo es justamente eso, la voluntad. Y que cuando se desea algo y se va a por ello solo hay un camino, hacia adelante. Porque lo que sabemos es que sí sabemos sobre nuestro deseo, pero hay que sostenerlo; y estos jóvenes perdidos deben explorarse para que se encuentren, y por supuesto también los no tan jóvenes, porque nunca es tarde para perseguir el deseo propio y siempre es demasiado pronto para renunciar a él.



Luis Martínez de Prado.

Psicólogo / Psicoanalista.


Arte: Diggie Vitt.

Untitled.


                                                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario