Quiero empezar mi psicoanálisis

domingo, 17 de abril de 2016

Matar la pulsión de muerte mata

Fuente: The Guardian.


          En el escrito de: "Escucharse para poder escuchar" quise dar a entender que lo que no podemos ver/escuchar de nosotros mismos no podremos atisbarlo en los otros. Incluso usaremos al otro para no ver lo propio, le anularemos en pos de nuestro goce como hace la sociedad actual con los niños, en los cuáles se quiere negar la posición patológica de los padres silenciando la denuncia que sus hijos hacen con sus síntomas, medicándoles, poniendoles etiquetas (TDAH, etc...), y tratando el aspecto sintomático externo sin querer abordar lo que les pasa por dentro. Pero si sólo queremos ver en el otro lo que nos conviene y le condicionamos para que responda a esa demanda nuestra lo estamos matando. Por eso la importancia del análisis de los propios analistas, confrontarse primero con lo de uno para después ponerse del otro lado y guiar al sujeto en ese discurso que trae, en ese saber no sabido que porta.

          Uno de los conceptos que ha generado ampollas incluso entre los propios psicoanalistas es el concepto de pulsión de muerte. Ya en las primeras teorizaciones sobre ésta que hizo freud, parte de su círculo reaccionó contra este concepto, infinitamente más fuerte es el rechazo en círculos fuera del psicoanálisis. Lógico, todos queremos poder creer en mundos Walt Disney -deseo que se maneja desde los mensajes perversos del: "Tú lo puedes todo", "Pide al universo y se te dará", etc- y pensar en algo nominalmente tan siniestro como la "pulsión de muerte" es una bomba en el paraíso,ya el hecho de confrontarnos con que morimos es un atentado a nuestro narcisismo y algunos sufren no pudiendo manejarlo como nos encontramos en las neurósis obsesivas por ejemplo. Motivos de sobra hay para que pensar en una querencia (pulsión) de muerte intrínseca al humano, que la tiene y la ejecuta revuelva, pero quizá hay uno principal que activa el más enérgico de los rechazos a esta teoría. Será que algo de esa teoría el sujeto conoce, lo sabe de sí mismo, lo ve en él, en los otros y contra los otros, incluso los que más quiere. En definitiva, en la clínica como en la vida estamos acostumbrados a que cuando se señala una verdad, los efectos que provoca en el sujeto son automáticos. Se levantan todas las defensas como si un protocolo de emergencia se activara para reaccionariamente volver a restablecer Walt Disney. Para hacer esto y desechar esa "verdad" que uno no puede asumir, no dudará en transformar y retorcer la realidad para ver lo que quiere ver y justificar conscientemente su construcción imaginaria particular del mundo. Este proceso lo vemos todo el tiempo, por eso decimos que el consciente justifica lo inconsciente, o sea, el deseo. Nos lo encontramos en la persona que no quiere enterarse de que su pareja le engaña, cuando todos los demás lo saben, en quien no quiere darse cuenta de que se le va a acabar el dinero, en todas esas personas que conocemos que están a punto de caerse por el precipicio pero por más que se lo digas siempre tienen un argumento para negar lo evidente (algunos muy bien elaborados). Lo vimos en el caso Dora donde los 4 personajes de la escena negaban parte de ella de forma que nadie veía lo evidente y se creó una novela digna de llevarla al cine.

          Los psicoanalistas también sabemos que lo que se reprime es el recuerdo,el concepto o representación, pero no el afecto emparejado a esta representación, que, rota esta unión, se adherirá mediante, como Freud diría, un enlace falso a otra cosa, como Juanito reprimió el miedo-odio al padre y estos afectos se conectaron con los caballos produciendo una fobia por desplazamiento de este afecto. A nivel social, y respecto al concepto que nos ocupa hoy pasa lo mismo, se niega la pulsión de muerte pero los efectos de la pulsión de muerte salen una y otra vez y los sujetos se permiten el lujo de sorprenderse de eso que no saben que saben y se preguntan: "¿Cómo se pueden matar por un equipo de fútbol?, ¿Cómo puede haber fanáticos de la religión?, ¿Cómo pudo matarla?, ¿Cómo puede alguien imolarse?..." Me recuerda a quien se queja: "¿Que les pasa a todos/as los hombres/mujeres que siempre me hacen lo mismo?" Pero no se pregunta por él/ella misma que es quien lo provoca: "Dime lo que encuentras y te diré como lo buscas". Como muchos tampoco se preocupan de que las armas con las que les atentan han salido de su propio gobierno que vende a quien se las vende a quien aprieta el gatillo, en fin...

          Cuando ocurre un acontecimiento trágico como los atentados, o un adolescente que aprieta el gatillo de un arma semi-automática en un colegio surge una corriente de actos a nivel local -local en tanto a identificación, occidente se identifica con París y con Bruselas porque se consideran del mismo equipo y les puede pasar lo mismo, pero no se identifica y por tanto no surgen las mismas muestras de "solidaridad" cuando pasa en Siria, Nigeria, etc...- que pretenden resaltar lo contrario a lo que ha quedado de manifiesto (la pulsión de muerte) y se dispara un ensalzamiento de "lo bueno del humano", el escenario de arco iris y rayos de sol se impone como compensación a la barbarie, que sigue sin entenderse, sigue negándose diría yo... Este ensalzamiento de lo positivo cumple una función necesaria y yo diría que obligatoria de recuperación/reparación pero no parece que sirva para, no ya poner fin que es demasiado ambicioso, sino abordar el problema de frente.

          Y lo que se niega, como vemos en los neuróticos, no sólo sigue haciendo efectos sobre el sujeto y a veces estragos sino que se impide su tramitación, lo que desemboca en un refuerzo de esto mismo que se intenta negar, como si uno no quisiera ver al ladrón que roba en su propia casa, éste ya no tiene que esconderse y tiene vía libre para el robo, nadie le vigila y además el robado justificará la falta de cualquier objeto para seguir negándole.

          Por eso ante acontecimientos así muchísimos se escandalizan e intentan lanzar muestras de solidaridad, tratan de ser "más buenos" y de que se vea, de fomentar la bondad, diversos dispositivos analizan los hechos y la coyuntura, realizan estudios y tratan de programar a la sociedad para que la positividad, la bondad, la vida se abra paso, pero vuelven a fallar... ¿Será el capitalismo? , ¿Será el comunismo? , ¿Será la crisis? , ¿será la corrupción?... pero lo que sólo unos pocos nos preguntamos es: ¿Será el humano? y si es el humano el capitalismo, el comunismo y cualquier sistema fallarán por el mismo eslabón, por el humano, porque todos los sistemas son creados por el humano. Por eso mientras se siga negando el concepto de pulsión de muerte intrínseco al humano dará igual que el sistema sea comunista, capitalista, neocapitalista, etc.., porque al negar no se establecerán los medios para contener este impulso ni se crearán vías de sublimación (y el ladrón seguirá robando).

          Lo paradójico es que mientras uno quiere proyectar sus deseos infantiles en la homeostasis de felicidad de Walt Disney nos perdemos justamente la parte "buena", la parte de pulsión de vida que hay en la pulsión de muerte si es que alguna vez han estado separadas. Es decir, al negarla no podremos entenderla y sólo nos escandalizaremos cuando escuchemos: "Pulsión de muerte", sin darnos cuenta de que esta pulsión opera justamente para la vida, para alimentarnos, para sobrevivir, para construir, en el arte o cuando hacemos el amor (En el próximo escrito trataré de explicar la pulsión de muerte para darle el sentido a este párrafo), y que el problema es la vía hacia donde se sublime.

          Para volver al principio de estas letras, el título hace referencia al ejemplo anterior del ladrón. Negar la pulsión de muerte, ese impulso de destrucción del humano, provoca no solo que no la entendamos, que no nos entendamos y que no entendamos lo bueno que hay al lado de eso "malo", lo bueno del humano; sino que permitamos que que lo que mata se haga más fuerte, como si fuera un llamado a la destrucción que encima hacemos sin darnos cuenta, todo por proteger ese Walt Disney que queremos sostener a toda costa, a costa incluso de no mirar más allá, allí donde no caen rayos de sol sino misiles. Sólo cuando los misiles nos impactan, cuando nos impacta "lo Real", y nos descoloca pillándonos desprevenidos -porque evidentemente en Walt Disney no hay defensas antimisiles porque no existen, sólo hay cañones de confetti- y nos angustia. Y es cuando nos angustiamos, como les pasa a los que acuden a consulta, cuando nos empezamos a hacer las preguntas adecuadas, dando la razón a Lacan cuando decía que: "La angustia es la que no engaña".

Luis Martínez de Prado.
Psicólogo - Psicoanalista.


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