Todos los psicólogos, psicoanalistas y demás hemos
oído alguna vez eso de: “¿es verdad que estamos todos locos?, ¿Freud decía que
todos somos neuróticos?, ¿soy neurótico?”, y cosas parecidas. Esto va atado a
las preguntas que se hacen de: “¿Será verdad eso de que todo el mundo debería
psicoanalizarse?, ¿A terapia deben ir sólo los locos?”. Todas estas preguntas
orbitan alrededor de la principal y a la vez la esconden, pero el mecanismo
falla, y como si fuera una trampa señalan lo que se quiere esquivar: la pregunta
de: “¿Necesito un análisis?”. La respuesta ya la tiene cada uno mucho antes de
dar toda esta vuelta dialéctica pero será la angustia la que mueva finalmente
al sujeto a plantearse un análisis (ver: ¿Cuándo se va al psicoanalista?).
Volvamos a eso de si todos somos o
no neuróticos, y qué significa.
En el escrito anterior (La angustiadel nombre I) hablaba de que el ser humano está enfermo de insatisfacción.
Digamos que aceptamos esa insatisfacción (no satisfacerse plenamente) por un
bien mayor, el hecho de ser seres sociales y pertenecer al grupo, a la cultura.
Como he dicho otras veces, el ser humano es el más dependiente que existe, y en
tanto ser social que es nunca alcanza la independencia. Necesita del otro para
sobrevivir pero también para constituirse como sujeto, necesita ser deseado (y
erotizado) para desear (por eso Lacan decía que el deseo es el deseo del otro),
necesita sostenerse en la subjetividad del otro para crear la suya propia y
necesita tener fe en sus figuras primordiales (generalmente los padres pero no
necesariamente, pude ser una tía, un cuidador, etc…) para poder articular su
mundo. Un mundo que según como le sea presentado va a facilitar una u otra
problemática como veremos después.
Todo esto significa que el sujeto es
insertado en una cultura, ya sea la occidental, la asiática o la de una tribu
antigua.
Se podría decir que la cultura nos
devora y nos anula, sólo nos deja una parte real de nosotros. Pero a la vez nos
desea, nos atrapa, nos quiere, nos acepta. Hay quien podría objetar que la
cultura también nos excluye y nos rechaza si no nos adaptamos a ella. Pero no
nos excluye, nos castiga. Lo que hacemos dentro de una cultura tiene unas
consecuencias para esa cultura. No es lo mismo robar en una cultura que en otra,
tampoco significa lo mismo ir desnudo en una calle de Madrid que en el
territorio de una tribu indígena. Pero con o sin castigo se está marcado por la
cultura en la que uno se ubica, en la que somos insertados antes de nacer,
incluso antes de ser concebidos, ya que somos deseados/fantaseados dentro de la
misma. Osea que la cultura no nos deja fuera, nos atribuye un lugar dentro de
la misma, pero aun a quien margina, le está reconociendo. Básicamente lo que no
está reconocido por una cultura, simplemente no está.
Entonces,
en el momento que la cultura atrapa al hombre, el hombre deja de ser todo él
para ser el grupo (para ser d-el Otro). Ya no puede satisfacerse del todo
porque está el grupo, tiene que ceder y negociar con la cultura su
satisfacción. Por esta insatisfacción el hombre enferma.
Lo que vehicula todo esto es el lenguaje. La cultura
se forma en base al “hablaje” de los sujetos que conforman la misma, están
unidos por lo que se dice. Y el sujeto está conformado por otro “hablaje”, que es lo que no se dice, y esto es lo
que conforma el inconsciente. Si decimos que el hombre enferma cuando se
inserta en la cultura, y que la cultura se vehicula por el lenguaje se infiere
que estamos enfermos porque hablamos. Sin embargo la enfermedad se constituye
en lo que no decimos, en lo que no nos satisfacemos. Esto opera de una forma
infantil: “no lo puedo tener todo, no puedo pedirlo todo, no puedo quedarme
toda la comida, no puedo cumplir todos mis deseos, no puedo hacer que esta persona
que me molesta desaparezca”. Todo esto se apila en el inconsciente, que
funciona de manera atemporal, y empuja hacia fuera por las vías que pueda
anulando el “no” para pelear por satisfacerse. Por ejemplo, seguimos soñando de
adultos con los deseos que fueron infantiles, los obsesivos siguen fantaseando
con que lo van a poder todo, las histéricas con que se van a quedar con papá, y
además en su actuar se ve como este deseo inconsciente opera en todo lo que
hacen, eligiendo parejas que no les sirven, seduciendo como seducían al padre,
odiando y peleando a la madre, etc…
Volviendo al punto principal, podríamos
pensar con cierta lógica que esa no insatisfacción no dicha que enferma al
hombre sería la neurosis, eso de que estamos enfermos hay que decirlo con muchas reservas porque
eso es lo que nos hace hombres y lo que nos ha permitido avanzar como especie y
contener algo la pulsión de muerte individual. Comparar esa enfermedad con la
neurosis también tendría reservas. Porque no es la única forma de “enfermar”
del hombre, ni siquiera sería lícito el término de enfermedad como tal, pero es
del que he preferido servirme para entender la cuestión. Es una de las
estructuras, las otras dos son la perversión y la psicosis. Para entenderlo
mejor vamos a verlo en uno de los pasajes de la vida en que la realidad golpea
con más insatisfacción al sujeto: la etapa edípica.
No voy a entrar ahora a explicar
toda la problemática edípica, pero decir que aquí es donde el niño se da cuenta
de que no lo es todo para el progenitor del otro sexo (su objeto de amor). Es
más, se da cuenta de que no es todo, de que hay otro, pasa de la satisfacción
plena a ceder en la misma. Es aquí principalmente donde se establecen los
cimientos de cómo nos vamos a vincular con el mundo. Para que se entienda, voy
a tratar de simplificar lo insimplificable, decir que el sujeto empieza a
desarrollar su estructura:
- Neurótica: Se resigna e introyecta esta realidad como ley (de hecho la propia realidad se conforma en leyes a las que hay que adaptarse para sobrevivir, si cruzo un semáforo en rojo me pueden atropellar, si meto la mano en la jaula de un león me la puede comer…). Y la introyecta a través de la palabra, del nombre del padre, que hace de ley. El mecanismo que operaría sería el de la represión. En otras palabras el padre dice: “no te puedes quedar con mamá, es mía, tienes que salir al mundo y construirte tu vida, y el mundo funciona así…” Las dos estructuras neuróticas son la obsesión y la histeria, aunque en estructuras histéricas aparecen actuares obsesivos y viceversa.
- Perversa: El perverso encuentra otra salida a esa insatisfacción negándola, y si el neurótico introyectaba la ley a través del nombre del padre (superyó), el perverso niega también al padre, es más, él es el padre que todo lo puede fantaseado infantilmente, se convierte en él, y al real lo niega (desmentida). Mientras que el neurótico sintomatiza (lo que antes llamábamos enfermedad) por insatisfacción, el perverso, sin culpa, busca la satisfacción total. Choca continuamente con las normas de la cultura pero trata de buscarles la trampa. ¿Cómo curar a un perverso? No se puede, porque no tiene ningún problema, el problema lo tienen los demás con él. Pero paradójicamente podríamos decir que el perverso, a contraposición del neurótico está enfermo de satisfacción y de narcisismo (él lo es todo). Sigue siendo el bebote de mamá que se lo merece todo por su mera existencia. El neurótico puede moverse y estancarse a una posición perversa, pero el perverso puro, al ser estructural se queda ahí.
- Psicótica: Para el psicótico esta realidad insatisfactoria se vuelve inasumible, y la ley (el nombre del padre) directamente no se reconoce. Es lo que nosotros llamamos forclusión. Mientras que el perverso lo niega, el psicótico directamente no tiene nada que negar porque no lo reconoce, no está. Digamos que la realidad se vuelve inasumible, el sujeto no accede y se inventa la suya propia como manera de poder organizar su mundo interno. Mientras que el neurótico vive en conflicto (culpa, represión), el psicótico crea una realidad que intenta esquivar el conflicto. La locura (aunque el debate sigue abierto sobre donde se emplaza a la locura) generalmente se entiende como ese no acceso a la realidad, cuanto más fuera se está de la realidad, más locura, pero ojo, a la realidad no accedemos ninguno, eso lo trataremos en otro escrito.
Por supuesto que el darse una estructura u otra
dependerá en gran medida de cómo sea el sujeto insertado en la realidad, es
decir, de cómo el mundo le sea presentado por sus figuras primordiales, que
también tienen ya su estructura y como todos, perciben a través de su propio
fantasma.
Por eso Freud decía que en el mejor de los casos
somos neuróticos, sería como la estructura más funcional a la hora de tolerar
la insatisfacción que nos impone la cultura. El tema está en cómo esté disparada
la neurosis y para dónde, pero eso es otro tema. En definitiva todas las
estructuras operan parecido y cuando uno se sumerge en los casos muchas veces
se da cuenta de que están más juntas de lo que parece. El delirio y la angustia
pueden aparecer en todas. Nosotros operamos donde aparece esa angustia como una
falla del mecanismo que conecta al sujeto con la cultura, es decir, donde falla
la negociación que comentaba antes entre deseo y cultura. Porque la angustia no
entiende de estructuras. Nuestro trabajo es, por tanto ayudar a que el sujeto esté mejor siendo
mediadores en esta negociación.
Por tanto no es ni que todos somos neuróticos, ni
que estamos todos locos, ni que no lo estamos, lo que estamos es “fallados”,
somos sujetos en falta, esa falta se conforma en agujeros que nos constituyen y
que rellenamos como podemos, una pareja, una profesión, objetos, mascotas,
etc.., en definitiva con la vida que construimos, pero el relleno nunca va a
tener el molde exacto del agujero de la falta, con lo que siempre lo vamos a
rellenar “con lo que no es”, siempre vamos a seguir en falta. Pero gracias a
estar en falta nos movemos, construimos, avanzamos, vivimos. Cuando esa
búsqueda se quiebra y el sujeto siente que no avanza, es uno de esos momentos
en los que necesita acudir a tratar su problemática.
Luis Martínez de Prado.
Psicólogo / Psicoanalista.
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